El comienzo de la vivencia de la fiesta tal y cómo la conocemos hoy día procede del siglo XIII y de las revelaciones particulares a Santa Juliana de Cornillon (también conocida como Santa Juliana de Lieja), en Bélgica. En ese momento había un clima de dudas sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía, aunque al mismo tiempo, en Lieja había grupos especialmente dedicados a la adoración eucarística y teólogos dedicados al estudio y promoción de su culto.
También ocurrieron algunos sucesos extraordinarios relacionados con la Eucaristía, especial importancia tuvo el milagro de Bolsena. Un sacerdote que celebraba la Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real, y al momento de partir la Hostia consagrada, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando enseguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto donde residía por entonces el Papa Urbano.
Al final el Papa Urbano IV firmó la bula Transiturus de Hoc Mundo, donde establecía el jueves después a la octava de Pentecostés como fiesta del Corpus Christi.
El Pueblo de Dios en Procesión por el Corpus Christi
La procesión eucarística recuerda a las peregrinaciones del pueblo de Israel. Abrahán sale de Ur hasta Canaán con la promesa de una descendencia incontable. El pueblo de Israel sale de Egipto entre portentos y durante cuarenta años atraviesa el desierto hacia la tierra prometida. Elías también cruza el desierto en busca de Yahvé. Los Israelitas ascendían cada año a Jerusalén. El mismo Jesús aparece como un peregrino incansable siendo el culmen de su viaje su sacrificio glorioso.
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