Como todos sabemos, los sacramentos son siete. Tres de iniciación: Bautismo (que es la puerta), Eucaristía (Dios nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre) y Confirmación (nos ofrece la plenitud de los dones del Espíritu Santo), dos de sanación: Penitencia (Dios nos reconcilia consigo mismo, dándonos su perdón) y Unción de los Enfermos; y otros dos de envío o de misión: Orden sacerdotal y Matrimonio (a través de los cuales Dios nos envía para ser testigos suyos en medio del mundo).
Tanto la Penitencia como la Unción de los Enfermos, nos sanan interiormente, nos devuelven la salud del alma y tantas veces también la salud del cuerpo.
Necesitamos que el Espíritu Santo nos fortalezca, necesitamos que el Espíritu nos devuelva todo aquello que la vida nos ha ido quitando con el paso de los años, necesitamos vivir la ancianidad y la enfermedad, no como una maldición, sino como una ocasión propicia que el Señor nos concede para experimentar su presencia en nuestras vidas y para saber que nunca nos deja solos.
Tanto la Penitencia como la Unción de los Enfermos, nos sanan interiormente, nos devuelven la salud del alma y tantas veces también la salud del cuerpo.
Necesitamos que el Espíritu Santo nos fortalezca, necesitamos que el Espíritu nos devuelva todo aquello que la vida nos ha ido quitando con el paso de los años, necesitamos vivir la ancianidad y la enfermedad, no como una maldición, sino como una ocasión propicia que el Señor nos concede para experimentar su presencia en nuestras vidas y para saber que nunca nos deja solos.
Este sacramento ha de recibirse, a ser posible, con conciencia plena de lo que significa y por eso, con libertad, para ser conscientes de lo que estamos recibiendo, de lo que significa.
En este sacramento, Jesús nos coge de la mano, Jesús nos levanta, Jesús nos da su gracia, es decir, se nos da a sí mismo en el don del Espíritu Santo que es fortaleza en nuestra debilidad.
En este sacramento, Jesús nos coge de la mano, Jesús nos levanta, Jesús nos da su gracia, es decir, se nos da a sí mismo en el don del Espíritu Santo que es fortaleza en nuestra debilidad.
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