domingo, 1 de enero de 2017

«Las madres se dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda», ensalzó el Papa en la homilía de hoy

En la fiesta de Santa María, Madre de Dios, Francisco reiteró su predicación de la maternidad espiritual de la Virgen sobre todos los hombres, e hizo un bello canto además a la maternidad humana y a las madres como las grandes humanizadoras de las relaciones sociales.

“Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos”, afirmó el Papa durante su homilía en la basílica de San Pedro.

“Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías", proclamó: "Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el ‘sabor a hogar’. Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación”. Porque “las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza”.

Luego concretó formas concretas de esa entrega: "Esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frío o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos”.

“He aprendido mucho de esas madres”, aseguró. “Madres que se dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos”.

María, modelo de maternidad 

En este sentido, subrayó la importancia de “comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres”, porque “nos protege de la corrosiva enfermedad de ‘la orfandad espiritual’, esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios”.

“Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos”, detalló el pontífice.

Frente a esa orfandad se alza el modelo de Nuestra Señora ante el misterio del nacimiento del Hijo de Dios: “María es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso de Dios en la vida de su Pueblo... Con María, el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del Pueblo de la promesa”.

Y destacó que en los Evangelios "María aparece como mujer de pocas palabras, sin grandes discursos ni protagonismos pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida y la misión de su Hijo y, por tanto, de todo lo amado por Él... Tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos, tantas imágenes esparcidas por las casas, nos recuerdan esta gran verdad”.

"Donde hay madre, hay ternura", concluyó el Papa: "Y María con su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes”.

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