Hoy se celebra la fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén, a los cuarenta días de su nacimiento, popularmente conocida como "la Candelaria", por la procesión con velas que precede a la misa. En griego la llaman "Hypapante", que significa fiesta del "Encuentro" de Jesús con su pueblo.
La fiesta comenzó a celebrarse en Jerusalén y está documentada desde el s. IV. Los peregrinos la fueron extendiendo por las iglesias locales. En el s. VI ya se celebraba en Roma y en Constantinopla, donde fue llamada Hypapanté (que significa «encuentro» en griego). En el s. VII, e Papa Sergio I estableció la procesión previa a la misa, con velas en las manos, desde la iglesia de san Adrián, en el foro romano, a la de santa María la Mayor. De ahí recibió el nombre de fiesta de la Candelaria. En el s. VIII en las Galias tomó el nombre de Purificación de María, que conservó hasta 1969.
En la actual monición para la bendición de las velas, se hace referencia al contenido de la fiesta, uniéndola a las pasadas celebraciones de Navidad y subrayando la idea oriental del “encuentro” de Cristo con su pueblo: «Hace hoy cuarenta días hemos celebrado, llenos de gozo, la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la ley; pero, sobre todo, para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría. De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo, vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria».
La antigua fórmula de bendición de las velas pedía para sus poseedores «la salud de cuerpo y alma, en tierra y en mar». Por eso eran muy valoradas y se conservaban como un bien precioso, para ser encendidas en caso de tormentas y huracanes, de enfermedades graves, cuando una mujer daba a luz y cuando se llevaba el viático a un miembro de la familia. Recuerdo como, en mi infancia, cuando se iba la luz, con motivo de una tormenta, se encendían las velas bendecidas en la Candelaria y se rezaba alguna oración.
En este día se suele bendecir a las mujeres que durante el año anterior han sido madres, junto con sus hijos: «Oh Dios, autor y protector de la vida humana, que has concedido a estas hijas tuyas el gozo de la maternidad, dígnate aceptar nuestra alabanza y escucha con bondad lo que te pedimos: Que guardes de todo mal a las madres y a sus hijos, que los acompañes siempre en el camino de la vida y que, a su tiempo, los acojas en la felicidad de tu morada eterna».
Jesús, que pertenecía a Dios totalmente desde antes de su concepción, es consagrado al Señor como propiedad suya. Los religiosos han ofrecido también sus vidas a Dios por medio de los votos de castidad, pobreza y obediencia. Por este motivo, desde hace algunos decenios se celebra en este día una jornada especial de oración y de renovación pública de los votos religiosos. Juan Pablo II la extendió a toda la Iglesia en 1997. Benedicto XVI recuerda que «la oblación del Hijo de Dios, simbolizada por su presentación en el templo, es un modelo para los hombres y mujeres que consagran toda su vida al Señor».
En el evangelio del día, el anciano Simeón proclama al Niño «luz para alumbrar a las naciones». También dice que será un signo de contradicción y anuncia la espada de dolor que traspasará el alma de su madre. De esta manera, esta fiesta, que en cierto sentido cierra el ciclo natalicio, es también profecía de la pasión del Primogénito y de su misterio pascual.
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