El Evangelio de hoy (Lc 18,1-8) nos pone delante a una mujer frágil a los ojos del mundo, pero enorme a los ojos de Dios: una viuda que no se rinde. No tiene palancas ni influencias, solo su voz y su perseverancia. Jesús la presenta como maestra de oración: volver una y otra vez al Señor, incluso cuando parece que no pasa nada. La insistencia no busca “forzar” a Dios, sino dejarnos moldear por Él, purificar nuestros deseos y mantener viva la esperanza. Si un juez indiferente termina escuchando, ¡cuánto más escuchará el Padre que nos ama! En tiempos de prisa y cansancio, esta página del Evangelio nos anima a no abandonar la oración cotidiana —personal, en familia, en comunidad— porque ahí el corazón se ensancha y se fortalece la fe.
Pero Jesús también nos invita a mirar dentro: ¿no vivimos a veces como ese juez, cerrando el corazón al clamor de los demás? La oración auténtica nos despierta a la justicia, nos hace sensibles al que sufre y nos impulsa a actuar. Perseverar en orar es perseverar en amar: sostener al enfermo, acompañar al que está solo, perdonar en casa, trabajar con honestidad, defender al débil. Al final, la pregunta de Jesús —“cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”— no es una amenaza, sino una llamada cercana: mantén encendida la pequeña llama de la fe con gestos concretos y confianza tenaz. Dios no se olvida; su respuesta a veces tarda a nuestros ojos, pero llega a su tiempo y siempre es más grande que nuestras expectativas.
Pero Jesús también nos invita a mirar dentro: ¿no vivimos a veces como ese juez, cerrando el corazón al clamor de los demás? La oración auténtica nos despierta a la justicia, nos hace sensibles al que sufre y nos impulsa a actuar. Perseverar en orar es perseverar en amar: sostener al enfermo, acompañar al que está solo, perdonar en casa, trabajar con honestidad, defender al débil. Al final, la pregunta de Jesús —“cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”— no es una amenaza, sino una llamada cercana: mantén encendida la pequeña llama de la fe con gestos concretos y confianza tenaz. Dios no se olvida; su respuesta a veces tarda a nuestros ojos, pero llega a su tiempo y siempre es más grande que nuestras expectativas.
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