jueves, 4 de enero de 2018

No estamos hechos para estar solos, y menos en Navidad

Una de las cosas fascinantes de los spots publicitarios de Navidad es que sin quererlo (o quizá queriéndolo) nos regalan contenidos para hacer apostolado, para pensar en Dios, en nuestras familias y amigos. Seguro que a varios de nosotros se nos han llenado los ojos de lagrimas con comerciales sencillos, pero profundamente conmovedores. Es como si el corazón supiera que en estas fechas pasa algo más, como si nuestra alma, sensible a cualquier estímulo, responde fácil al encuentro con Dios.

Este sencillo video, muy breve y de hecho sin diálogo, logra eso: ayudarnos a mirar este tiempo de Navidad bajo una óptica particular, la de la soledad que algunos experimentan en este tiempo en que todos buscamos reunirnos y sentirnos acompañados.

En palabras del “Chavo del 8”, pienso que el Señor tiene que haber dicho “se me chispotió”, cuando habiendo creado al hombre y dándole bajo su autoridad a todos los animales y seres vivientes para que se sintiera acompañado, se sentía solo de todas maneras. Dios mismo dice: «No es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2, 18), y busca soluciones. Crea a los animales y seres vivos, pero este “no encontraba en ellos una compañía adecuada” (cf Génesis 2, 20). Entonces el Señor se dio cuenta, que por primera vez en su existencia, el hombre experimentó algo que nunca antes había vivido y que me imagino que no estaba en los planes de Dios: “la soledad” y al parecer ni siquiera la compañía de Dios Padre era suficiente para él. Por eso Dios lo acompañó con otra persona humana, a imagen de él, pero carne de nuestra carne. No son cosas, mascotas, regalos o actividades lo que necesitamos para dejar de sentirnos solos. La soledad se combate con compañía, esa compañía que viene de otro.

El vídeo, simbólico a más no poder, nos ofrece varias ideas que podemos aplicar a nuestra propia vida y también compartirlo.

Que nadie esté solo
El mensaje es obvio y por obvio, muchas veces se ignora. A veces nos quedamos solo en hacer carteles, compartir links de artículos en redes sociales y decir a viva voz que este es un tiempo de unión, amor y amistad pero, ¿realmente estoy acompañando a aquellos que están solos o me reúno con los mismos de siempre?.

Caer en lo del Cura Gatica, que predica pero no practica, es sumamente fácil, pues sabiendo que debemos acoger y estar presentes, la vorágine navideña nos absorbe y sin quererlo pareciera que acallamos la consciencia con algunas actividades benéficas, campañas solidarias y otras iniciativas tremendamente valiosas y necesarias, pero muchas veces poco personalizadas. Dejamos nuestro aporte en la oficina parroquial, ofrecemos nuestra oración, pero ya lo decía el Señor la comienzo de la creación, las cosas, por lindas que sean, no quitan la soledad.

La alegría de compartir
Como la cajera, que al ver al pequeño duende se involucra en su situación, se sabe ajena a él, pero no se comporta como espectadora, sino que lo toma y lo conduce en la búsqueda de una “comunidad”, de un otro que lo hará no sentirse solo. Uno de los mayores regalos que podemos hacer es llevar a los demás a vivir una experiencia comunitaria, de fraternidad. Habiéndonos encontrado con aquel que tristemente experimenta la soledad, lo llevamos a eso que es nuestro tesoro, la vida de hermanos, donde hacemos cuerpo, donde experimentamos a Cristo. Esa es una alegría incomparable.

Las palabras no siempre son necesarias
A veces nos complica el hecho de acercarnos a aquellos que no conocemos mucho porque tenemos temor de no tener un tema de conversación en común y esos silencios incómodos nadie los quiere para sí. En el vídeo la única expresión hablada es el “beep” del duendecillo, no hay palabras y la verdad es que muchas veces no son necesarias. Aquellos que están solos no necesitan decirte que lo están, tu lo notas, así como también no es necesario que te pongas una camiseta que diga con letras grandes “vengo a acompañarte”. A veces basta con compartir una taza de café en silencio, caminar juntos hacia el autobús u ofrecer nuestro paraguas en un día de lluvia.

El anhelo de compañía
Cuando el duendecillo está con su amiga cajera, miran juntos desde una vitrina en otro local, en donde también hay duendecillos, pero estos sí están acompañados entre si. Lamentablemente, en ocasiones nuestros pasos, decisiones y opciones nos hacen mirar desde afuera, donde hace frío y corre viento a aquellos que felices, comparten y se acompañan mutuamente. Hay que tener gran valor y coraje para golpear una puerta y pedir entrar. Es difícil, pero necesario. Es una muy mala decisión el optar voluntariamente por mantenerse solo, no dejándonos acompañar. En estos casos, es necesario que guardar en el closet sentimientos como la vergüenza, el orgullo, el ego y la vanidad, siendo imprescindible reconocernos frágiles, vulnerables, necesitados de los demás, de su compañía y aprecio.

No nos permitamos estar solos en esta Navidad y no nos quedemos tranquilos al ver a otros solos.

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