Aquí las soluciones:
viernes, 31 de enero de 2025
martes, 28 de enero de 2025
Fiesta de la Presentación del Señor
El próximo domingo, 2 de febrero, celebraremos la Presentación del Señor. Festividad en la que se nos invita a contemplar a Jesús, luz para iluminar a las naciones, siendo ofrecido en el templo por María y José. En este acto humilde y profundo se nos muestra cómo la vida de Jesús es entregada por completo a la misión de salvar al mundo. Y en este mismo sentido de entrega resuena el Evangelio que leemos hoy: Jesús se presenta como el cumplimiento de las Escrituras, pero encuentra rechazo en los suyos. Su mensaje desafía las expectativas de los que lo escuchan, recordándonos que la Palabra de Dios no siempre nos resulta cómoda, sino que nos llama a abrirnos a una fe más profunda y sincera. La historia de Jesús en la sinagoga nos interpela: ¿cómo acogemos nosotros hoy a los profetas que el Señor pone en nuestro camino? ¿Sabemos reconocer la luz de Dios en los que nos rodean, incluso cuando nos incomodan o contradicen nuestras ideas?
En este contexto, la XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada adquiere un sentido especial. Los consagrados y consagradas, como Simeón y Ana, son testigos de la esperanza y de la presencia de Dios en medio de la comunidad. Su vida, marcada por el compromiso radical con el Señor, nos recuerda que la verdadera entrega no busca el reconocimiento ni el aplauso, sino ser luz y sal en el mundo. Así como Jesús vivió la incomprensión en Nazaret, ellos también enfrentan, muchas veces, el desafío de ser signo profético en una sociedad que no siempre comprende su misión. En esta fiesta, agradezcamos al Señor por el testimonio valiente de quienes, con su consagración, reflejan el amor de Dios y nos invitan a renovar nuestra propia vocación cristiana: ser luz que ilumine, en lo cotidiano, a quienes nos rodean.
En este contexto, la XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada adquiere un sentido especial. Los consagrados y consagradas, como Simeón y Ana, son testigos de la esperanza y de la presencia de Dios en medio de la comunidad. Su vida, marcada por el compromiso radical con el Señor, nos recuerda que la verdadera entrega no busca el reconocimiento ni el aplauso, sino ser luz y sal en el mundo. Así como Jesús vivió la incomprensión en Nazaret, ellos también enfrentan, muchas veces, el desafío de ser signo profético en una sociedad que no siempre comprende su misión. En esta fiesta, agradezcamos al Señor por el testimonio valiente de quienes, con su consagración, reflejan el amor de Dios y nos invitan a renovar nuestra propia vocación cristiana: ser luz que ilumine, en lo cotidiano, a quienes nos rodean.
viernes, 24 de enero de 2025
III Domingo del Tiempo Ordinario C
Este pasaje del evangelio de Lucas nos invita a reflexionar profundamente sobre la misión de Jesús y su cumplimiento de las promesas de Dios. Cuando Jesús proclama en la sinagoga que “hoy se cumple esta Escritura”, no solo está reafirmando que Él es el Ungido, sino que también pone en el centro de su misión a los más vulnerables: los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Su mensaje es una declaración de esperanza; una invitación a reconocer que el Reino de Dios no es un futuro lejano, sino una realidad que comienza aquí y ahora. Esto nos interpela a vivir nuestra fe como una respuesta activa a la llamada de Jesús a ser agentes de ese año de gracia, promoviendo la justicia, la paz y la solidaridad allí donde estemos.
Por otro lado, la reacción de los oyentes, que tenían los ojos fijos en Él, refleja una mezcla de asombro y expectativa. Nosotros, como discípulos de Cristo, también estamos invitados a mirar fijamente a Jesús para comprender qué significa su mensaje en nuestras vidas. Su Palabra nos reta a preguntarnos: ¿cómo estamos contribuyendo a anunciar el Evangelio a los más necesitados? Este domingo, la liturgia nos recuerda que la fe no es solo algo personal, sino comunitario y transformador. Siguiendo el ejemplo de Jesús, estamos llamados a llevar esperanza donde hay desesperanza, luz donde hay oscuridad, y a construir un mundo donde la dignidad humana sea siempre defendida.
Por otro lado, la reacción de los oyentes, que tenían los ojos fijos en Él, refleja una mezcla de asombro y expectativa. Nosotros, como discípulos de Cristo, también estamos invitados a mirar fijamente a Jesús para comprender qué significa su mensaje en nuestras vidas. Su Palabra nos reta a preguntarnos: ¿cómo estamos contribuyendo a anunciar el Evangelio a los más necesitados? Este domingo, la liturgia nos recuerda que la fe no es solo algo personal, sino comunitario y transformador. Siguiendo el ejemplo de Jesús, estamos llamados a llevar esperanza donde hay desesperanza, luz donde hay oscuridad, y a construir un mundo donde la dignidad humana sea siempre defendida.
domingo, 19 de enero de 2025
sábado, 18 de enero de 2025
II Domingo del Tiempo Ordinario C
El pasaje de las bodas de Caná, narrado en el evangelio de Juan, es un momento significativo en la vida pública de Jesús, pues marca el comienzo de sus signos y revela su gloria. La intervención de Jesús ante la falta de vino no es solo un acto de generosidad en un contexto social, sino que tiene un profundo simbolismo teológico. Al transformar el agua en vino, Jesús no solo atiende una necesidad humana, sino que también anticipa el nuevo vino que Él mismo ofrecerá en la cruz, el vino de la nueva alianza, que es signo de la salvación. El hecho de que Jesús realice este milagro a instancias de su madre, María, resalta su confianza en ella y la intercesión que, a partir de este momento, ella tendrá ante su Hijo para las necesidades de la humanidad.
María, con fe plena, dice a los sirvientes: "Haced lo que él diga", lo que resalta su papel como mediadora, confiando en la acción de su Hijo. Este acto de fe de María y la obediencia de los sirvientes son ejemplos de la disposición humana ante la gracia divina. El milagro culmina con la sorpresa del mayordomo, quien reconoce que lo mejor se ha reservado para el final, un símbolo de cómo la obra de Cristo, lejos de ser algo pasajero o temporal, es el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios, un vino nuevo y mejor que transforma la vida de quienes creen en Él.
María, con fe plena, dice a los sirvientes: "Haced lo que él diga", lo que resalta su papel como mediadora, confiando en la acción de su Hijo. Este acto de fe de María y la obediencia de los sirvientes son ejemplos de la disposición humana ante la gracia divina. El milagro culmina con la sorpresa del mayordomo, quien reconoce que lo mejor se ha reservado para el final, un símbolo de cómo la obra de Cristo, lejos de ser algo pasajero o temporal, es el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios, un vino nuevo y mejor que transforma la vida de quienes creen en Él.
sábado, 11 de enero de 2025
sábado, 4 de enero de 2025
Domingo II después de Navidad
En este segundo domingo después de Navidad, la liturgia nos recuerda una verdad fundamental: somos hijos de Dios. Esa filiación divina no es solo un título o una idea abstracta, sino una realidad que define nuestra identidad y nuestra relación con Él y con los demás. El hecho de ser hijos de Dios nos llena de gratitud, porque sabemos que Él nos mira con un amor incondicional y nos invita a vivir como miembros de su familia. Este es el regalo que nos hace la Encarnación: a través de Jesús, Dios nos ofrece una nueva manera de vernos a nosotros mismos y de entender el mundo que nos rodea.
Esta filiación no solo nos conecta con Dios, sino que también da forma a nuestra relación con los demás. Al sabernos hijos del mismo Padre, nos llama a vivir en fraternidad, en paz y en respeto mutuo. Nuestra paz y serenidad no provienen de las circunstancias externas, sino de esa profunda certeza de que somos amados por Dios. Vivir desde esta identidad nos ayuda a afrontar las dificultades con esperanza y a mantener el corazón tranquilo, sabiendo que, como hijos amados, siempre estamos en sus manos.
Esta filiación no solo nos conecta con Dios, sino que también da forma a nuestra relación con los demás. Al sabernos hijos del mismo Padre, nos llama a vivir en fraternidad, en paz y en respeto mutuo. Nuestra paz y serenidad no provienen de las circunstancias externas, sino de esa profunda certeza de que somos amados por Dios. Vivir desde esta identidad nos ayuda a afrontar las dificultades con esperanza y a mantener el corazón tranquilo, sabiendo que, como hijos amados, siempre estamos en sus manos.
viernes, 3 de enero de 2025
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