jueves, 27 de noviembre de 2025

I Domingo de Adviento, A

El evangelio de este primer domingo de Adviento nos recuerda que la venida del Señor no es un cuento del pasado ni una amenaza para meternos miedo, sino una llamada a vivir despiertos hoy. Jesús pone el ejemplo de los días de Noé: todos seguían con su vida normal, trabajando, comiendo, casándose… pero sin contar con Dios. No es que esas cosas fueran malas, el problema es vivir como si Dios no existiera, como si todo se redujera a “ir tirando”. Adviento nos sacude un poco y nos dice: “Despierta, porque tu vida tiene un sentido más grande; el Señor viene a tu encuentro”. No sabemos el día ni la hora, pero sí sabemos que cada día es una oportunidad para abrirle la puerta del corazón.

Por eso Jesús insiste en “velar”: no se trata de estar angustiados, sino atentos, con un corazón en guardia contra la indiferencia y el egoísmo. Así como el dueño de la casa se prepara para que el ladrón no le robe, nosotros estamos llamados a cuidar lo más valioso que tenemos: la fe, el amor... Adviento es un tiempo para revisar nuestro modo de vivir, reconciliarnos, volver a la oración sencilla, a la misa vivida con más conciencia, a los pequeños gestos de caridad. Si dejamos que el Señor entre en nuestra rutina, aunque todo fuera “como siempre”, algo cambia por dentro: Él nos va transformando y nos prepara para su venida definitiva, cuando ya no habrá más lágrimas ni miedo, solo la alegría de estar para siempre con Él.

martes, 18 de noviembre de 2025

Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

En la fiesta de Cristo Rey, el Evangelio nos muestra a Jesús “reinando” desde un lugar que nadie esperaba: la cruz (Lc 23,35-43). No lleva corona de oro, sino de espinas; no manda con gritos, perdona en silencio. A su lado, dos crucificados: uno se burla, el otro se atreve a pedir con humildad: “Jesús, acuérdate de mí”. Y Jesús, aun con el dolor a cuestas, le regala lo más grande: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Así es su realeza: no pisa a nadie, levanta; no excluye, abraza; no humilla, dignifica. Su trono es la cruz porque su poder es amar hasta el final.

Para nosotros, que vivimos entre prisas, comparaciones y miedos, esta es una gran noticia: siempre se puede volver a empezar. No necesitamos discursos perfectos; basta una oración sincera. Cuando decimos “Jesús, acuérdate de mí” —en la Misa, en la Confesión, en el cuarto antes de dormir— Él entra en nuestra historia y la cambia desde dentro. Nos enseña a reinar “a su modo”: perdonando, diciendo la verdad sin herir, poniendo a los últimos en primer lugar. Esta semana, hazte esta pregunta: ¿dónde quiero que reine Jesús hoy? Y repite con el buen ladrón: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Ahí empieza la verdadera victoria.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Misas e intenciones de la semana en Padrón

 


Domingo 33º del Tiempo Ordinario, C

 En este Evangelio, Jesús les dice a sus amigos algo que también nos sirve mucho a nosotros: no pongáis vuestra seguridad en lo que se ve, porque todo eso pasa. El templo era impresionante, como hoy puede serlo un estadio, un centro comercial o nuestras redes sociales llenas de “likes”, pero Jesús recuerda que nada de eso es eterno. Habla de guerras, terremotos, problemas… y enseguida pensamos en las noticias, en los líos del mundo, en lo que nos da miedo del futuro. Incluso avisa de que algunos se reirán de nosotros o nos tratarán mal por ser cristianos, a veces incluso dentro de la propia familia. Pero ahí viene lo más fuerte: Jesús promete estar a nuestro lado, darnos fuerza y palabras cuando no sepamos qué decir, y cuidar de nosotros hasta en los detalles más pequeños. No nos pide que lo entendamos todo, sino que perseveremos, que no abandonemos la fe cuando las cosas se ponen difíciles. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”: es como decirnos que lo importante no es brillar un día, sino ser fieles cada día, poquito a poco, confiando en que, pase lo que pase, en sus manos nuestra vida está segura.

jueves, 6 de noviembre de 2025

Domingo 32º del Tiempo Ordinario, C

Jesús sube a Jerusalén y encuentra el Templo convertido en mercado. No es un arranque de mal humor: es el amor el que le duele. “El celo por tu casa me devora” significa que el Padre merece un lugar limpio, libre de intereses, donde el pobre pueda rezar sin ser estafado y donde la ofrenda sea verdadera. Con ese gesto, Jesús nos recuerda que la fe no se negocia ni se usa; se vive. También a nosotros nos pide ordenar la “casa por dentro”: sacar el ruido, el cálculo, y volver a la oración sencilla, a la Eucaristía bien celebrada y a una caridad que no busca aplausos.

Cuando dice “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”, habla de su Pascua: su Cuerpo crucificado y resucitado es el nuevo Templo donde Dios habita para siempre con nosotros. Desde entonces, la presencia de Dios no está atada a un edificio, sino a Cristo vivo, que nos reúne como “piedras vivas” y nos alimenta en la Mesa del Señor. Por eso, cuidar la casa de Dios es cuidar la liturgia, la comunidad y el corazón. Si dejamos que Jesús nos purifique, la vida cotidiana se recoloca: el trabajo se vuelve honrado, las relaciones más limpias, la oración más verdadera. Hoy podemos pedirle, sin vueltas: "Señor, ven a mi hogar; ayúdame a echar fuera lo que sobra y llena tú lo que falta para amar".