domingo, 29 de septiembre de 2024
Domingo XXVI del Tiempo Ordinario B
El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la apertura y la inclusión en la misión de Cristo. Es Jesús mismo quien corrige a sus discípulos, que pretendían impedir la acción de una persona que, aunque no formaba parte de su grupo cercano, realizaba milagros en su nombre. Aquí Jesús nos muestra que el bien puede surgir de distintas personas y contextos, y que no debemos cerrar las puertas a quienes obran el bien, aunque no sigan nuestras mismas tradiciones o no pertenezcan a nuestro entorno. Esta llamada a la apertura nos recuerda que Dios puede actuar a través de diversas personas, y que no somos los únicos depositarios de su gracia.
Además, Jesús subraya la gravedad de escandalizar o dañar la fe de los más pequeños, los más vulnerables. Utilizando imágenes fuertes y radicales, nos enseña que debemos eliminar de nuestras vidas todo aquello que nos aparta de Dios, incluso si es difícil o doloroso. Esto nos interpela a vivir de manera coherente con el Evangelio, buscando siempre la santidad, conscientes de que nuestras acciones pueden influir en los demás, especialmente en los más débiles. En un mundo lleno de distracciones y tentaciones, el llamado a cortar aquello que nos aleja de la vida eterna es un desafío a la conversión personal constante y sincera.
domingo, 22 de septiembre de 2024
Dominkgo XXV del Tiempo Ordinario B
Esta lección de Jesús contrasta con nuestro modo de vida en una sociedad que a menudo valora el éxito personal y el reconocimiento por encima de la humildad y el servicio. Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestras motivaciones, a reconocer nuestras propias ambiciones y a orientar nuestras capacidades hacia el bien de los demás. Al cultivar la humildad y la empatía, siguiendo el ejemplo de Jesús, podemos convertirnos en auténticos discípulos que reflejan el amor y la misericordia de Dios en el mundo.
sábado, 21 de septiembre de 2024
domingo, 15 de septiembre de 2024
Domingo XXIV del TO B
En este evangelio, Jesús nos plantea una pregunta crucial: "¿Quién decís que soy yo?". Esta no es una pregunta superficial ni retórica, sino que exige de cada uno de nosotros una respuesta sincera y personal. No podemos conformarnos con respuestas aprendidas o frases repetidas sin reflexión. Jesús invita a sus discípulos a ir más allá de lo que otros piensan o dicen sobre Él, y les pide una confesión auténtica de su fe. Pedro, con convicción, reconoce a Jesús como el Mesías, pero su comprensión está aún marcada por una visión humana. Jesús les enseña que ser el Mesías no es sinónimo de poder o gloria terrenal, sino de entrega total, de cargar la cruz y seguirle en un camino de sufrimiento y redención.
Hoy, esta misma pregunta nos la hace a nosotros: "¿Quién soy yo para ti?". No basta con responder desde el conocimiento teórico o lo que hemos escuchado, sino que se nos pide una respuesta que transforme nuestra vida. Confesar a Jesús como Señor significa que nuestra vida debe alinearse con su voluntad, debe reflejar el compromiso de seguirle, de ser constructores de paz y de bien, aun en medio de las dificultades. Jesús nos invita a pensar como Dios, no desde nuestras limitaciones humanas, sino desde la lógica del amor y la entrega. En esta reflexión sincera y profunda, se esconde el desafío de adecuar nuestra vida a la respuesta que le damos, un desafío que nos impulsa a vivir con coherencia y fidelidad a lo que creemos.